sábado, 23 de diciembre de 2006

El Alquimista
El Maestro Alquimista salió de la Abadía con nostalgía añeja aún cuando era primera vez que sus pies tocaban suelo extraño. En el fondo de su corazón sabía que jamás volvería. Antiguos Maestros le habían hablado de los que se marcharon antes que él. Le hablaron de los sueños que ellos habían cultivado en secreto y de lo ansiosos que estaban de recorrer el mundo para aprender cosas nuevas y enseñarlos a los profanos. Le contaron que en alguna ocasión ellos habían vuelto, pero sus miradas ya no eran las mismas que sus hermanos conocieron. Sus ojos susurraban penas e incluso murmuraban secretos más negros y ocultos que los elixiris que preparaban entre las paredes de sus laboratorios. Así vagaban entre sus hermanos, con la mirada perdida y en silencio, hasta que sin previo aviso desaparecían. Nadie supo jamás que pasó con ellos. Algunos creían que habían abandonado nuevamente la Abadía, otros aseguraban que se habían sublimado cual mezcla alquímica en busca de dorados sueños extraviados.
No sentía miedo, solo un leve cosquilleo que recorría su abdomen y que no supo identificar su significado. Los profanos le contarían más tarde que eso se llamaba emoción, también le enseñarían que esa palabra encerraba muchas otras variedades de sensaciones y se dió cuenta, para su desdicha y asombro, que a pesar de ser un Maestro Alquimista nada sabía del mundo, nada sabía de él mismo y dejó de llamarse Maestro.