lunes, 8 de junio de 2009

Bajo la sombra de la añosa palmera, apoyo mi espalda y sumerjo mis manos en la arena tibia, un tanto húmeda que me rodea. Húmeda por las aguas de un pequeño manantial que subsiste porfiadamente al igual que la memoria de este nómade. Por qué se niega a morir un oasis. Por qué se niega este nómade en abandonarlo. Me asomo a observar mi reflejo sobre las aguas, ellas me devuelven ojos cansados y una sonrisa. Es la hora en que el sol comienza a ocultarse y las estrellas invaden un cielo púrpura. No hay nubes que insinúen lluvia y temo por el manantial, de pronto gotas caen formando círculos concéntricos sobre este universo que comienza su expansión, mientras mis labios son recorridos por una lágrima que va al encuentro de su hermana.

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